Vírgenes expulsadas del paraíso
April 27, 2006
20
Era muy peligroso aguardar, en vela, que estuvieran apagadas las últimas luces de todos los servicios, dormitorios y dependencias del internado; para abrir, solo entonces, con infinitas precauciones, las puertas de una diminuta celda, y, en camisón, como un frágil fantasma de sí misma, deslizarse por los solitarios pasillos, hasta alcanzar, en otra planta, la habitación donde Laure la esperaba, trémula, dispuesta a recibirla en su lecho, con los brazos abiertos y lágrimas de alegría.
Aguardar horas y días el instante preciso, sortear todos los riesgos, hasta alcanzar el fruto prohibido, hacía mucho más prometedores los encantos y efímeros placeres que, una vez conseguidos, en los arrebatos mortales de la oscuridad nocturna, precipitaban la penosa agonía de la separación, forzosa, antes del alba, preludio a la angustiosa espera de un próximo encuentro, sonámbulas, durante el calvario de un nuevo día, interminable y vacío. Semejante a la monótona e infinita sucesión de los días que pasan, en blanco y en vano. Ya que la disciplina y el obligado fingimiento de una pasión, inconfesable, daban a Celia y Laure la patina marchita de los seres vivos enterrados por error en una tumba florida, semejantes a muertas en vida, sepultadas en un féretro de cristal.
Sin saber si podría llegar, algún día, un desconocido viajero capaz de salvarlas, liberando su existencia de vírgenes encantadas por la pócima maléfica que había envuelto su existencia en el sudario donde vivían, amordazadas, con los ojos, la boca, los oídos, las manos y los pies atados a la sábana mortuoria de la disciplina escolar. Avecillas dolientes, porque su corazón palpitaba, sufría y se perdía, volando, sin saber a donde ir; mientras su cuerpo aprendía los rigores de la vida carcelaria, temiendo la liberación que vendría, muy pronto, con el fin de los estudios, en aquella institución, expulsándolas del paraíso proscrito que habían conseguido construir, con tantos esfuerzos, durante sus correrías y vela nocturnas. Laure volvería con sus padres, provisionalmente, quizá; y se proponía llegar a ser una actriz famosa, una diva. Celia temía el tortuoso camino que debía conducirla, para siempre, hasta Poncia y Caína, con sus campos de cruces profanadas, donde su madrastra la encerraría, viva, en el tedio insondable de la provincia cainita, espejo cruel de la tumba familiar.
Indiferente, mientras creyó que no tendría fin el destierro de Gilford’s Heigths, Celia terminó por intuir como podrían afectar a su incierto futuro la crueldad ciega de las malas cosechas y el interminable rosario de las luctuosas noticias caídas, con el correo semanal, como granizo, durante los últimos trimestres de su exilio escolar. La venta de la antigua almazara, una de las últimas propiedades del antiguo patrimonio paterno. Las nubes y la plaga de langosta que había causado tanta desolación en Lemos, la aldea deshabitada donde su madrastra había terminado por desunir a sus padres, para siempre, enterrándolos en hoyos distintos y alejados, para separar a los suicidas de las personas que amaron; y hacer eterno, así, con los estigmas de una maldición, el dolor que ya los torturó en vida y no debe concluir con la muerte, el polvo y el olvido.
September 30, 2006 at 3:14 pm
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October 6, 2006 at 1:34 pm
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October 7, 2006 at 5:47 am
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